sábado. 27.04.2024

Aeneas

Realmente no entendía por qué incluso en sus vacaciones las cosas se habían torcido de aquella manera tan trágica
Pasajeros facturan con destino a Dubai en la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid. (EL CORREO)
Pasajeros facturan con destino a Dubai en la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid. (EL CORREO)

Se llamaba Aeneas, había llegado a España desde Atenas. Era conductor de camión y se acababa de quedar sin trabajo. Con los pocos ahorros que tenía había decidido viajar a Madrid, quería irse de vacaciones, nunca había viajado. Pasó una semana en la capital de España, visitó la Plaza Mayor, la Puerta de Alcalá, el Parque de El Retiro. Nunca pensó que podría pasar unas vacaciones tan maravillosas como aquellas hasta que llegó el día que tuvo que volver a casa. Fue el peor día de su vida. Cogió un taxi hacia el aeropuerto y de camino a la Terminal 4 desde donde salía su vuelo, el taxi en el que iba tuvo un accidente, un camión se cruzó en la autopista y el taxi dio dos vueltas en el aire. Aeneas tuvo mucha suerte y salió practicamente ileso de aquel casi mortal accidente. La policía y la ambulancia llegaron a la media hora y el taxista falleció en el acto. Aeneas salió como pudo de debajo del taxi, se había golpeado fuertemente las costillas. Uno de los policías sacó las maletas del coche y se las entregó. A pesar del dolor que sentía solo podia pensar en llegar lo antes posible al aeropuerto para no perder su vuelo, así que aunque le ofrecieron llevarle a comisaría, él se negó diciendo que tenia prisa y que debían tomarle declaración y firmar el parte allí mismo. Entonces accedieron a hacerlo. Cuando terminaron de rellenar los papeles le llevaron a la boca del metro más cercana y él, con sus dos maletas, los veinte euros que le quedaban en el bolsillo y el cuerpo dolorido corrió desesperadamente hasta coger el transporte público que le llevase hasta el  aeropuerto. Cuarenta y cinco minutos más tarde llegó casi sin aliento y el corazón saliéndosele del pecho.
Tuvo la mala suerte de perder su vuelo a Grecia, el único vuelo que salía los domingos. Entonces se sintió tan perdido que comenzó a llorar desconsoladamente como si fuese un niño

¿Qué iba a hacer ahora?

Había perdido el avión y no tenia apenas dinero. Decidió dirigirse a la oficina de la aerolínea más cercana que estaba en la misma terminal. Allí le informaron de que el próximo vuelo salía al día siguiente y de que el precio era de cuarenta y seis euros. Aeneas le explicó a la señorita lo que había ocurrido y le pidió si por favor podía aceptar solamente los veinte euros porque no tenía más dinero.

La chica le dijo que ese era el precio que debía pagar y que ella no era responsable de lo que le acababa de suceder y que por supuesto no podía aceptar aquella escasa cantidad.

—Señor Papadopoulos, no podemos hacerle una nueva reserva sin que usted pague el vuelo completo.

—Sí, lo entiendo—  respondió Aeneas— pero les acabo de explicar lo que me ha sucedido. Por favor, necesito ayuda. ¿Cómo podría comprar el billete?

La señorita de la oficina  le miró con cara de pocos amigos y le respondió bruscamente: —Lo siento señor, este no es mi problema. ¡Búsquese la vida!

Aeneas se sintió realmente ofendido, estresado, preocupado y apenado por todo lo que estaba ocurriendo.¿ Cómo podría volver a casa?

Entonces se alejó de la ventanilla y se sentó y comenzó a pensar de qué manera podría conseguir aquella cantidad. Su teléfono móvil no funcionaba, se le había roto durante el accidente, así que no podia llamar a ningún familiar y aunque  lo hubiera hecho no hubiesen podido ayudarle, no podia sacar dinero con su tarjeta, unos minutos antes de haberse subido al taxi en el que tuvo el accidente, había estado en el banco y el cajero automático se había tragado la tarjeta. ¡Realmente no estaba teniendo un buen día!

Primero perdió la tarjeta, después se vio envuelto en un accidente de tráfico, como consecuencia no había podido coger su vuelo y ahora estaba andando sin rumbo por la terminal de un aeropuerto.

Entonces se le ocurrió que podia pedir el dinero a alguna de las personas que pasasen por allí. Solo la idea de tener que hacer eso le incomodaba y le llenaba de vergüenza. Pero no tenía otra alternativa. Se levantó y se acercó a muchas personas que se dirigían a coger sus vuelos. La gente prácticamente no le hacía caso, otros le dijeron que no, mientras le miraban con cara rara y muchos ni se pararon a escuchar lo que les tenía que decir…

Se sintió desesperado y comenzaron a sudarle las palmas de las manos, estaba extremadamente nervioso. Se sintió afligido y angustiado.

Aeneas llevaba varios años pasándolo muy mal. Acababa de divorciarse de su esposa con la que había estado casado durante veinticinco años. Por eso había decidido viajar e irse de vacaciones. Era la primera vez que salía de su preciosa y antigua ciudad. Vivía en el barrio de Plaka, también conocido como el Barrio de Los Dioses, debido a su cercanía con el Acrópolis, el barrio más antiguo de Atenas, en una casa que había heredado de sus padres.

Nunca volvió a ser el mismo después de su divorcio. Apenas tenía trabajo porque debido a la crisis económica por la que atravesaba su país la empresa para la que trabajaba había cerrado y aunque tenía un camión propio apenas le llamaban para hacer repartos. No se podía decir precisamente que era un hombre con mucha suerte, últimamente la vida no le estaba sonriendo demasiado.

Mientras caminaba por la Terminal 4 del aeropuerto de Madrid vio su vida pasar en cuestión de segundos como un relámpago, con un dolor profundo en el corazón que le hizo sentirse aconjonado. Realmente no entendía por qué incluso en sus vacaciones las cosas se habían torcido de aquella manera tan trágica, necesitaba visitar el hospital en cuanto llegase a casa, el dolor que sentía en las costillas era cada vez más intenso, probablemente se las había fracturado. Y allí mismo sacó fuerzas de donde pudo y continuó preguntando a la gente si le podían dejar dinero para volver a casa.

Se acercaba la noche y Aeneas no había probado bocado desde el desayuno y comenzó a sentirse muy débil. Vestía un traje de chaqueta azul marino con una blusa blanca de manga larga, unos zapatos de piel y dos maletas, una en cada mano.

Decidió descansar y dormir algo. Le dolía el costado y el estómago y cada vez le costaba más respirar debido al golpe que se había dado. Entonces intentó buscar un asiento, pero estaban todos ocupados por pasajeros que quizás habían perdido sus vuelos al igual que él o simplemente esperaban a alguien.

Eran casi las once de la noche y no tuvo otra opción mejor que sentarse en el suelo y recostarse como pudo, apoyándose en sus maletas. No le costó mucho conciliar el sueño. ¡Estaba tan cansado!

Tres horas después se despertó sobresaltado, alguien que pasó caminando cerca de él le había rozado con una maleta interrumpiéndole el sueño. Aeneas no pudo volver a dormir, se sentía fatal. 

De repente uno de los vigilantes de seguridad del aeropuerto se le acercó y le preguntó por su nombre. El vigilante solo hablaba español, así que Aeneas apenas entendió lo que le decía.

—Disculpe, no puede estar aquí tirado en el suelo, está obstruyendo el paso a los pasajeros. Llevo observándole durante mucho tiempo. Lleva usted todo el día en esta terminal. ¿A qué hora sale su vuelo?—le dijo el vigilante.

Aeneas le contestó en inglés: —I am sorry, I can’t understand Spanish. Y levantándose como pudo, recogió sus maletas y comenzó a andar nuevamente por la terminal sin rumbo fijo.

Miles de recuerdos le vinieron a la mente mientras iba caminando. Atenas, su exmujer, la hija que nunca llegó a tener, sus frustraciones profesionales, sus padres que ya habían fallecido hacía algún tiempo y España, aquel país que se había convertido en su primer destino vacacional. A su edad, sesenta y dos años, por fin había podido viajar al extranjero.

Después de haber estado más de veinticuatro horas sin apenas sentarse y dormir, decidió volver a probar suerte y se acercó a una señora que pasaba por allí.

—Buenos días, disculpe que le moleste— le dijo Aeneas en inglés a aquella señora que caminaba con su hija con dirección a la puerta de embarque.

—Soy de Atenas. He tenido un accidente.

La señora le miró confundida. Aquel hombre que tenía los ojos llenos de lágrimas y que casi no podia hablar, estaba intentando comunicarse con ella con la esperanza de que le escuchase.

—¿Qué le ocurre?— le preguntó con curiosidad.

Aeneas apenas podia pronunciar las palabras, estaba realmente cansado y dolorido y le faltaba el aliento.Se le veía muy estresado.

—He perdido mi vuelo, necesito ayuda— contestó.

La señora amablemente le dijo: —Puede usted ir al mostrador de facturación, allí le podrán ayudar. Y le señaló hacia donde dirigirse.

Aeneas casi sin poder hablar, añadió:

—No, no me entiende. Soy de Atenas. He perdido mi vuelo y no tengo dinero para regresar a casa. Tengo veinte euros pero necesito veintiseis más para comprar mi pasaje. He tenido un accidente. Y se abrió la chaqueta mostrándole su camisa que estaba ensangrentada.

La señora no podia entender bien lo que le estaba ocurriendo a ese hombre que estaba delante suya y que la observaba con aquella cara desencajada. ¿Le estaba pidiendo ayuda?

Por un momento dudó de sus intenciones y le preguntó: — ¿Por qué no saca usted dinero del cajero con su tarjeta?

—He perdido mi tarjeta— le respondió, esta vez con los ojos casi cerrados debido al cansancio.

La hija de Rosario, que estaba junta a ella, atónita por lo que estaba presenciando, no pudo apartar la mirada de aquel señor desconocido, mientras su madre le miraba a los ojos y podia percibir que Aeneas le estaba diciendo la verdad.

Ambos se miraron fijamente y allí en aquel preciso momento cuando él menos lo esperaba le tendió su mano y le tocó el hombro diciéndole: —No te preocupes. Creo que estás teniendo un mal día. Estas cosas a veces pasan. Por favor respira profundamente y relájate.

Aeneas por primera vez, desde que había llegado al aeropuerto, sintió tranquilidad dentro de si mismo y aunque las palmas de las manos aún le temblaban y tenía el cuerpo totalmente dolorido, se paró respirando profundamente, como le había indicado Rosario.

Le vio sacar su cartera del bolso y de ella un billete de cincuenta euros: —Aquí tienes. Tómalo. Será suficiente para que puedas comprar tu billete de vuelta a casa.

Aeneas le preguntó:—¿De dónde eres?

Vivo en Dubái, pero soy española. Voy de vuelta a casa— dijo sonriendo mientras le contestaba amablemente.

Él la miró sin saber qué decir.

Y ella sintiendo a través de sus ojos todo el sufrimiento que aquel hombre había pasado  durante toda su vida, le dijo: —Probablemente llevas muchas horas sin comer. En esta bolsa llevo algunas cosas que eran para el desayuno de mi hija, pero realmente no lo necesito, puedes quedártelo y le ofreció la bolsa añadiendo:— ¿Por qué no te sientas en ese asiento que está ahí al lado que se acaba de quedar libre y te relajas y comes algo? Cuando abra la oficina de billetes ve y compra tu pasaje de vuelta a Atenas.

Aeneas casi no podia hablar,estaba completamente conmocionado:

—¿Cómo te llamas? — le preguntó.

—Me llamo Rosario—contestó ella.

—Gracias, Rosario, nunca olvidaré lo que has hecho por mí.

Aeneas comprendió de repente observando a aquella mujer, que sus ojos y su mirada eran especiales y casi sin sonreir le agradeció eternamente el gesto que había tenido con él.

La señora sin saber muy bien que le había ocurrido, le dijo adiós y se alejó caminando con su hija hacia la puerta de embarque. No pudo evitar seguirle con la mirada y ver cómo tomaba asiento donde ella le había indicado y cómo abría la bolsa que le acababa de dar.

Aquel viaje que se había convertido en un sueño cumplido con un final amargo llegaba a su fin. Pudo relajarse y después de comer algo, siguiendo el consejo de aquella desconocida que se había cruzado con él en su camino, se dirigió a la oficina de la aerolínea, con un billete de cincuenta euros en la mano y un eterno sentimiento de gratitud que se le quedaría en el recuerdo y en su corazón para siempre.

Aeneas
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