domingo. 28.04.2024

Historias de Madrid

"Agaché la cabeza, pensativo, preguntándome cuál sería la edad en la que podría sentir que  por fin había alcanzado la eterna juventud"
Perspectiva exterior del Teatro Español de Madrid. (Fuente externa)
Perspectiva exterior del Teatro Español de Madrid. (Fuente externa)

Quiero que sepas que soy el culpable de lo que ocurre en la historia que estás a punto de leer.

Salí de casa un veintitrés de abril, el mismo día en el que Miguel de Cervantes y Shakespeare fallecieron.

Era el día del libro en España y como amante de estos escritores decidí ir a dar un paseo por el Barrio de las Letras de Madrid, lugar en el que residieron algunos de los autores más insignes del Siglo de Oro español. En él se encuentran algunos de los teatros más emblemáticos de la capital de España.

Me dirigí hacía el Teatro Español con la intención de asistir a un recital de poesía de Federico García Lorca. Llegué media hora antes de que la función comenzará y me encontré con una gran cola que daba la vuelta a la esquina. Al llegar a la taquilla y después de estar más de una hora esperando, me encontré con gran frustración que las entradas se habían agotado, así que le pregunté a la señorita que me estaba atendiendo si conocía algún teatro cercano en el que pudiera ver una obra de nuestro gran poeta español.

Con gran sorpresa me respondió que no muy lejos de allí en un pequeño tablao flamenco estaban representando¨ Las siete mujeres Lorquianas¨.

Le di las gracias y crucé la calle. Eran tan solo las cinco y media. Me senté en un banco de La Plaza Santa Ana y saqué mi móvil del bolsillo y busqué en internet el nombre del tablao. No tardé en encontrarlo.

Al ver que las entradas se podían comprar online lo hice sin pensarlo dos veces.

El espectáculo comenzaba a las siete y media de la tarde.

¿Has querido alguna vez vivir una aventura que te haya hecho sentir escalofríos?

Lo que te voy a contar a partir de ahora quizás te lo pueda hacer percibir.

El folleto que me encontré en el suelo del tablao flamenco me mostró algunos anuncios de restaurantes y bares cercanos.

Después de ver las actuaciones de aquellas fantásticas bailaoras que representaban a las siete mujeres más importantes que tuvo Lorca a largo de su vida, me alejé de aquel lugar mientras la melodía de una de aquellas guitarras seguía resonando en mi cabeza.
Me dirigí a la coctelería que vi en el anuncio. Al parecer era una de las mejores en la ciudad.

Eran aproximadamente las nueve de la noche, ya había oscurecido y las luces de navidad que decoraban las calles se acababan de encender.

El olor a vodka impregnaba el ambiente. Al entrar miré a mi alrededor con la intención de buscar un   asiento. Al final de la barra vi una silla vacía. Sin dudarlo caminé hacia ella. El encargado me siguió y me preguntó si estaba solo y asentí con una leve sonrisa.

—¿Es usted de por aquí? —  me dijo el hombre que estaba sentado junto a mi.

—No, le contesté. Estoy de paso.

Escaneé el código de las bebidas y comencé a mirar la amplia gama de cócteles que se servían en aquel lugar.

—¿Cuál sería el mejor? — me pregunté.

De repente levanté la mirada y me encontré con los ojos de la camarera  que me observaban.

—¿Quieres algo? — me dijo

 —¿Cuál me recomiendas? — le contesté.

Sin mediar palabra, se giró y se dirigió hacia la estantería donde tenía todas las botellas. Cogió varias  y comenzó a echar las bebidas  en una coctelera  que estaba encima de la mesa.

Uno ,dos, tres…..

Las mezcló con gran agilidad. Luego abrió el recipiente metálico y virtió su contenido en una copa, puso una guinda roja dentro y me lo sirvió.

—¡Aquí tienes! Invita la casa.

—¿ A qué se debe tanta amabilidad? — le pregunté.

—Un hombre que bebe solo necesita ser sorprendido de vez en cuando.

— Realmente, lo has conseguido —le respondí.

Aquella chica que probablemente tendría unos treinta años menos que yo me resultó simpática. La miré con curiosidad. ¿Estaba intentando ligar conmigo?

Al rato percibí un extraño olor que me hizo sentir incómodo. Parecía que venía de la cocina.

El bar comenzó a llenarse poco a poco de humo. La música dejó de escucharse en cuestión de segundos, el manager de la coctelería corrió hacia la cocina y los clientes sorprendidos y asustados  por lo que estaba ocurriendo comenzaron a agolparse en la puerta buscando la salida.

Yo me quedé sentado, tuve que cerrar los ojos pues el humo que llenaba aquel lugar me borraba la visión y los ojos comenzaron a picarme.

Parpadeando volví a abrirlos y de repente me encontré tumbado en una cama, solo, en aquel lugar completamente en silencio.

Aturdido, sin comprender que es lo que estaba pasando, me levanté y miré a mi alrededor.

¿Qué podía haber ocurrido?

El reloj marcaba las diez y media.

Me dirigí al baño y me miré en el espejo.

—¡Dios mío! ¿Esto qué es? —me pregunté.

Entonces pegué un brinco sobresaltado por lo que acababa de descubrir y lancé un grito que se oyó por todo el bar.

—¿Pedro, te pasa algo? —escuché una voz conocida que me hablaba desde el otro lado de la puerta.

—No te preocupes. Todo está bien —le contesté, sin saber muy bien de quien se trataba.

Entonces volví a observar mi imagen, totalmente desconcertado. ¡No podía creer lo que estaban viendo mis ojos!

Era yo. Pedro Ramírez, cuando tenía 40 años. Mi cara había rejuvenecido por completo.

¿Dónde estaba aquel hombre de setenta años lleno de arrugas al que estaba acostumbrado a ver?

_¡¿Qué demonios había sucedido?!

¿Tendría algo que ver con aquella bebida que me había servido la camarera?, ¿alguna pócima mágica?

Me observé con curiosidad. Todas las arrugas de mi frente habían desaparecido. Mi pelo ya no era gris, tan solo tenía algunas canas.

Levanté las cejas con picardía.

Era un sueño hecho realidad. ¿A quién debía agradecerle semejante milagro?

Entonces abrí el cajón, encontré un peine y un bote de gomina, los cogí y comencé a arreglarme el pelo. Me coloqué los mechones poco a poco. Luego me hice la raya en medio.

¿Qué pensaría mi mujer cuando me viese al salir?

¿Y mis hijos?

¡Oh no! ¡Qué desastre!

¿Cómo iba a aparecer así delante de ellos? Ahora tenía la misma edad que mi hijo menor.

Sonreí, orgulloso de mi mismo.

Después cerré los ojos y algunas imágenes de los mejores años de mi vida me vinieron a la mente.

Tan solo tenía dieciséis años y caminaba por el campo de la mano de mi primera novia.

¿Y si pudiera volver a tener aquella edad?

De repente me acerqué al espejo con ansias, abriendo los ojos como platos, al descubrir con tristeza que mi deseo no se había cumplido.

Ahora parecía un poco mayor que antes, aproximadamente unos cincuenta y cinco años.

¿Qué me estaba ocurriendo?

Era como si al cerrar los ojos la vida me estuviese permitiendo usar mi propia máquina del tiempo.

Entonces agaché la cabeza, pensativo, preguntándome cuál sería la edad en la que podría sentir que  por fin había alcanzado la eterna juventud.

¿Dieciséis, cuarenta, cincuenta y cinco o quizás setenta sería la edad perfecta para mi?

Entonces la puerta se abrió de repente y la camarera que me había servido aquel cóctel entró en el baño.

Se paró delante de mi, me miró cogiéndome de las manos y me dijo:

—¿Sabes algo Pedro?, soy mucho más joven que tú pero me gustaría contarte algo.

He vivido mucho en estos cuarenta años. Me casé muy joven sin apenas experiencia de la vida y tuve tres hijos. Poco después me divorcié y viajé por todo el mundo, conocí a muchísima gente, escuché, hablé y sentí, una y otra vez. La vida me mostró que la eterna juventud está en el corazón. Hoy saliste de casa con la intención de ir a ver una obra de teatro y terminaste aquí mirándote  frente a un espejo y teniendo un monólogo interior contigo mismo.

—Quiero mostrarte algo. Ven.

Entonces asombrado por lo que acaba de presenciar, enmudecí sin saber que decir y la seguí.

—¿Ves este agujero que hay aquí en el suelo? — me dijo— salta y entra en él. Vas a encontrar una escalera con trescientos escalones. Según vayas bajando irás viendo pasar tu vida delante de ti por etapas. Cuando llegues a la que más te guste, quédate en ella y no te muevas. Allí podrás permanecer. Ten en cuenta que no vas poder retroceder o avanzar. Una vez que la elijas, te quedarás con esa edad para siempre. Recuerda antes de bajar que si quieres encontrar la respuesta debes buscar en tu corazón. ¡Elije bien!

Sin pensármelo dos veces entré en el agujero, cayendo directamente al vacío.

No había una escalera como me había dicho aquella mujer. Ni tampoco pude pararme y ver mi vida pasar.

Me encontré sentado en el suelo, completamente a oscuras sin saber que hacer.

Entonces coloqué la cabeza entre mis manos y un escalofrío me recorrió por toda la espalda al escuchar el lloro desgarrador de un niño que angustiado pedía ayuda.

Le escuché como si fuera mi propia voz y mi cabeza comenzó a dar vueltas sin cesar, me sentí perdido, dolorido, angustiado. Aquel llanto me mostró de repente una la luz en el horizonte.

Era yo y mi gran temor a envejecer.

Entonces comprendí que todo era culpa mía.

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