En este mundo, nosotros somos los que sufrimos: los que tenemos sangre negra. Los que la tienen blanca, tienen suerte. Este es un mundo de desigualdad y división. La gente se muere de hambre, o no tiene casa. Es… una pesadilla. No hay justicia. Nunca la hay.
Para los guardias, yo soy una chica inocente andando por las calles, vestida con ropas viejas y pelo hecho un desastre.
¡Qué poco entienden!
Para los que realmente pueden ver la verdad, yo soy Aster la intrépida, capaz de robar una bolsa entera de monedas, constantemente pensando y analizando mis próximos pasos. Cruzo las calles rápida y silenciosa, como un lobo buscando debilidad en un rebaño de ovejas. Y cuando encuentro la más débil… ataco. Solo que en este caso busco dinero, y robo a los que no se dan cuenta. Soy demasiado lista para ellos, demasiado rápida.
Lo que no sabía, es que hay personas que te hacen equivocarte, y cometer errores costosos. Un problema que no he tenido desde hacía… años. Hasta ahora.
-¡Suéltame!- digo, tirando de mi brazo. El muchacho no me suelta.
-¡Ladrona!- me insulta. Paro de forcejear, y suelto un bufido.
-Obviamente ¿no crees?- digo. El muchacho -que debe de tener 17 años, entrena bastante por como se ven sus brazos y es mucho más alto que yo- parece sorprendido. Sacude la cabeza y frunce el ceño.
-¿A qué te refieres?- pregunta. Afloja su mano sobre mi brazo y soy capaz de zafarme. Me doy la vuelta y continúo camino abajo. El chico me sigue, alcanzándome con un par de pasos.
-¿Me vas a responder o qué?- me giro para enfrentarlo.
-Dime, ¿Qué ves alrededor de ti?- gruño en su cara. Él se estremece, alejándose un paso.
-¡Cálmate, por favor!- pero ve mi cara y empieza a hablar obedientemente: -Veo casas estropeadas, gente pobre en todas partes…
-Exactamente.- digo yo. Los ojos del chico muestran cierta simpatía. Mete una mano en su bolsillo y saca una moneda. Me la da. Esto es suficiente para conseguir una bolsa de manzanas.
-Me tengo que ir. Ten suerte- Se da la vuelta y vuelve por donde vino, mirándome una vez más.
Yo me quedo pasmada, mirándole irse. !Pues vaya! Viene un completo desconocido y me da una moneda. He tratado de convencer a la gente rica de que comprenda la situación de los “sangre negra” (los arrogantes prefieren decir sangre “sucia”) y de todos los que he encontrado hasta ahora, este es el único que ha cooperado y después se marcha sin más. El mundo de verdad está loco estos días. Me giro, y de repente todo se vuelve negro.
Me duele la cabeza. Gimo un poco, masajeando la parte dolorida. ¿Dónde diablos estoy? Está todo oscuro, y tengo que ir palpando con las manos, que sienten una superficie dura y metálica. Me levanto y mi cabeza choca con el techo. Sofoco un grito y me agarro la cabeza, sintiendo el dolor aún más agudo. Esto solo me enfada, y en cinco minutos ya estoy dándole patadas a un muro. Dos veces me doy en la cabeza, y otras dos me hago daño en el pie. Genial.
-¡DEJADME SALIR!- grito, metiéndole una patada a la oscuridad. Me quedo paralizada escuchando una voz. No, muchas voces.
-Se ha despertado,- un hombre susurra.
-¡No! No abráis la jaula.- otra voz ordena.
-¡Llamad al general, ahora!- dice alguien con autoridad. No entiendo lo que esta pasando. ¿Quién es esta gente?
Las personas fuera se callan, y el sonido es reemplazado por unos pasos. Botas, a juzgar por el sonido.
-¡General!- La voz de una señora.
-Bien hecho, Mourelle- contesta el que por lo visto es general. Una puerta se abre, mis ojos ciegos por la explosión de luz. Me sacan de la caja que llaman una jaula y me dejan tirada en el suelo.
-Ah, Aster. Qué bien conocerte.- dice el general. Miro hacia arriba, mirándole a la cara. Tiemblo al ver sus facciones.
Caúl miró una vez mas hacia atrás. La chica se estaba marchando. Estaba a punto de darse la vuelta otra vez cuando unos hombres vestidos de uniforme de guerra se acercaron a ella. Caúl estuvo a punto de gritarle a la chica, pero fue demasiado tarde. Uno la golpeó con un palo en la cabeza, sin darse cuenta de que Caúl le observaba. La arrastraron hacia los árboles.
-¡Eh!- Caúl gritó, corriendo hacia ellos. Uno de los hombres le oyó.
-¡Cuidado!- este gritó a sus compañeros. Caúl estaba a punto de saltar sobre uno cuando un palo le golpeó en la pierna haciéndole caerse al suelo.
-Eh, ¿no es este el otro con habilidades?- preguntó uno mientras un par de ellos agarraban a Caúl por los brazos.
-¡Dejadme ir!- gritó. Una cosa puntiaguda le pinchó en el brazo, y enseguida empezó a sentirse muy cansado.
-Ah, dos en un día. El general estará feliz.- fue lo último que Caúl escuchó antes de desmayarse.
Y en la capital del país, una gran amenaza crecía. El país entero estaba en peligro.
Continuará…
Por Proída.