martes. 19.03.2024

Soy español y doy las gracias a Colombia

"Mi experiencia en Colombia en estos tiempos del coronavirus está marcada por la generosidad y solidaridad de los colombianos, de Hernán Molano y de la Escuela de Vida Albalá"

Soy español y resido desde hace ocho años en Emiratos Árabes Unidos, concretamente en Ras Al Khaimah, muy cerca del Estrecho de Ormuz y a escasos kilómetros del Sultanato de Omán y de Irán. El día 6 de marzo, con el objetivo de tomarme unos días de descanso, subí a un avión en el Aeropuerto Internacional de Dubai rumbo a Madrid. Y aunque lo previsto era que pasara ese tiempo en España, por circunstancias de la vida, que ahora son absolutamente secundarias, tuve que dirigir mis pasos a Colombia, donde hoy me encuentro. En Madrid disfruté de unas horas felices junto a mi hija Celia, con quien salí a cenar a un concurrido bar de la zona de Reina Victoria. En esa fecha, 6 de marzo, en la capital de España se respiraba normalidad. Y yo no le daba al coronavirus más importancia de la que se le otorga a una simple anécdota.

Al día siguiente, 7 de marzo, subí a otro avión rumbo a Bogotá. En el aeropuerto de Madrid observé con curiosidad a alegres grupos de turistas mientras se hacían ‘selfies’ enmascarados tras sus mascarillas (aquí en Colombia se llaman tapabocas). Más que un necesario protector contra contagios parecía que en sus manos fueran artículos de broma, cosas con las que echar un rato de risas. Sólo comencé a tomar conciencia de que la pandemia nos pisaba los talones cuando hice escala en el aeropuerto de Ciudad de Panamá. Allí, el casi medio centenar de personas que viajábamos tuvimos que aguardar más de una hora en el interior del avión porque las autoridades dispusieron un control sanitario justo a la salida del túnel de acceso al aeropuerto, punto en el que a todos los pasajeros nos tomaron la temperatura.

El siguiente destino fue Bogotá, donde pasé el control de inmigración sin mayor incidencia. Y acto seguido subí a mi último avión rumbo a Cali, la capital del Valle del Cauca, que es donde en este preciso instante escribo estas líneas. Estoy en la Escuela de Vida Albalá, un lugar maravilloso situado al pie de los Farallones, la cordillera que separa esta parte del país de la costa del Pacífico. Un sitio privilegiado. Aquí llevo enclaustrado desde el 9 de marzo. Es decir, que ya va para 20 días.

No voy a relatar lo que ha ocurrido en el denominado mundo occidental en estas últimas semanas. Quién no lo sabe. La cuestión es que, nada más poner mis pies a Albalá, el Gobierno de este país decretó que todas las personas que hubieran llegado en los últimos días a Colombia procedentes de lugares donde el coronavirus campara a sus anchas, como es el caso de Italia o España, debían entrar en cuarentena. De modo que entré en cuarentena. Después se fueron sucediendo los acontecimientos en cascada: cierre de fronteras terrestres y marítimas, toque de queda, suspensión de vuelos internacionales, cerrojazo a los aeropuertos, cuarentena general para todo el país… Yo tenía mi avión de regreso el 25 de marzo. Pero, como resulta evidente, ni podía salir ni existía vuelo y tampoco podía entrar en Emiratos Árabes. De modo que aquí me quedé. En Cali. En Albalá.

Y en este punto es donde comienza lo que, después de estas circunstancias antecedentes, quiero exponer. No es que esté excesivamente pendiente de temas relacionados con el coronavirus. Lo admito. A pesar de lo cual me interesó un enlace que me envió Meli, mi amadísima mujer, por correo electrónico desde Ras Al Khaimah. Era un ‘link’, como se dice en inglés, de una información publicada en el periódico español eldiario.es. El correo llevaba por asunto lo siguiente: “Lo que le pasó a esta chica española en Colombia”. Cliqueé sobre el enlace y leí lo que ahí se decía, que en resumidas cuentas es que a la señora le pilló la explosión de la pandemia en Colombia y, según relata a la periodista que firma la información, la trataron fatal. En el titular consta que, a pesar de llevar en Colombia tiempo más que suficiente para haber superado la cuarentena, la echaron de casa de una amiga por ser española y que, literal, fue víctima de “una ola de racismo injustificado”. Y no cuestiono ni una sola palabra. Pero yo estoy en Colombia, mi experiencia es radicalmente diferente y he creído que debo contarla.

Mi experiencia, digo, está marcada por una solidaridad sin límite. Por sentirme acogido, incluso mimado, en un lugar que ha quedado abierto sólo para que me sirva de casa. Los hechos que sobrevinieron al estallido del coronavirus en España y al potencial riesgo que esta crisis suponía para países como Colombia provocaron que Albalá, al que me atrevo a definir como uno de los lugares más conscientes del planeta, decidiera que los estudiantes volvieran a sus hogares. El único que no tenía posibilidad de regresar era yo por las circunstancias que antes he descrito. En esa tesitura, Hernán Molano, fundador de esta Escuela de Vida, me dijo que Albalá es mi hogar y que aquí podía permanecer el tiempo que fuera necesario. Y eso a pesar de que iba a cerrar sus puertas de forma temporal hasta que el ciclón del coronavirus amaine. No puedo dejar de darle las gracias a Hernán una y otra vez por su generosidad. Aquí me quedé y aquí sigo, acompañado de Shell, uno de los asistentes del centro e inmejorable amigo de cuarentena. Somos los dos únicos habitantes de Albalá.

Según las previsiones, aún me quedan como mínimo otros veinte días de clausura. Las jornadas las dedico a escribir, a atender cuestiones del periódico, a leer, a cocinar -salmorejo incluido-, a charlar con la tranquilidad que no se tiene en otros momentos. Con Shell hablo de todo, de la vida, del cielo y de la tierra, de Colombia y de España, a veces hasta del coronavirus y mucho de la Reina de Inglaterra. Sobre ella lo sabe todo. Estoy tan bien que casi doy las gracias al denominado Covid-19. Pero sobre todo a quien debo agradecer este tiempo de paz y tranquilidad, estas semanas de encontrarme a mí mismo, es a Colombia, a los colombianos, a Hernán Molano y a Albalá.

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En la imagen superior, perspectiva de la Escuela de Vida Albalá en Cali, Colombia. (EL CORREO)

Soy español y doy las gracias a Colombia
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